Estoy a punto de hacerlo. Temo
fracasar en la misión y regresar a casa con las ilusiones destrozadas y los
ojos repletos de lágrimas. No te
mentiré, siento vértigo y el corazón me late como si quisiera salir de mi pecho
y despegar.
Ya he repasado lo que te diré y
sigo dudando si serán las palabras adecuadas. A lo mejor en el momento indicado
se me olvida y dejo que mis sentimientos hablen, aunque no sé si con ello
baste.
¿Y si no estás en casa? ¿Y si me
acerco a las rejas que cubren tu jardín y un enorme perro se abalanza contra
mí? ¿Y si toco y una carretada de insultos me llueven a mí y de paso a mi
madre? ¿Y si, simplemente, me ves por la ventana y te ocultas de mí?
No sé qué pensar. Estoy inmóvil y
sentado en el parque que está a unos metros de tu casa. Desde esta banca puedo
ver la ventana de tu cuarto y noto que las cortinas están corridas. ¿Estarás en
casa? Pienso que no es así, que has salido a buscarme a la banca que tantas
veces nos recibió para conversar, que si no me encuentras tomarás tu teléfono y
me marcarás, que tienes ganas de citarme en un lugar cualquiera y decirme, por
primera vez, que me quieres.
Pero sé que me equivoco. Aunque quiero
pensar que erro en mis equivocaciones.
Uno siempre tiene esperanzas y,
no sé porqué, creo que tú me quieres, aunque no me lo digas. Porque, ¿tendría
sentido que la otra vez me dijeras que conmigo te sentías bien, que me veías
como una de las pocas personas que te querían de verdad y se esforzaban por
hacerte feliz?
El silencio es la respuesta que
recibo, mientras sostengo la cajita de mi esperanza
El reloj ya dio las tres de la
tarde y sigo sentado esperando hallar el rayo de valentía que me permita cruzar
la calle, tocar tu puerta y declararte el cúmulo de sentimientos que aloja mi corazón.
Suena simple pero los pies no me responden aunque les he dicho y hasta
suplicado que debo de hacerlo. Tal vez saben que el resultado no será bueno y
tratan de evitar que cometa un error garrafal.
Pero, ¿me puedo permitir dejar
que mi cariño por ti se acumule hasta el punto de explotar? ¿y si ésta es mi
única oportunidad para que tú me mires con otros ojos? No quisiera ver que el
día de mañana tú caminas de la mano de otra persona y yo me tenga que morder
los labios, apretar el puño y cerrar los ojos para evitar que las lágrimas se
salgan al saber que yo pude declararte mi ¿amor?, y no lo hice, no quiero y
más: no puedo.
Recuerdo que cuando le conté a
Alfredo mi desventura no me bajó de loco e iluso. Me cuestionaba el intento que
sigo sin concluir. Más aún, no entendía cómo, a pesar de tus negativas, seguía
tan empecinado con tu persona.
Pero es que él no se ha dejado
sorprender por tu belleza, por esa forma casi mágica que tienes de sonreír ni
mucho menos por la atracción que son tus ojos marrón. ¿Qué no daría yo por ver
que tus pupilas se dilatan ante mi presencia y poder reflejarme en ese par de
cristales tan adorados?
¿Cómo le explico que ya sueño con
tu voz por las noches y deseo tanto la llegada de la mañana para besar tu
mejilla y escuchar tu sincera risa? ¿Será que él nunca se había enamorado como
lo he hecho contigo? ¿Acaso él no estaría dispuesto a hacer una locura por el
amor de una mujer?
Yo sí. Y siento que los ánimos
comienzan a poblarme el cuerpo tras recordar la valía de querer declarar mi
cariño por ti. Y sé que tú me harás caso, que sucumbirás ante el amor que te
profeso y podremos soñar con ser felices.
He metido la medalla en la
cajita. Ahora sí, estoy decidido.
Me acerco a la reja de tu casa.
Miro el rosal que reina en tu jardín e intento aspirar su aroma, siempre me has
recordado a esa flor. Frente al timbre me acomodo el cuello de la camisa y
reviso discretamente que la camisa mantenga la rectitud deseada. Introduzco la
cajita en la bolsa del pantalón y trato de que no se maltrate.
La cajita es rosa porque sé que
es tu color preferido. Escogí ponerle un moño blanco porque la señora que me
atendió en la joyería me dijo que era el más favorecer. Creo notó mi
nerviosismo porque extendió su mano hacia mi hombro como lo hace una madre cuando
su hijo va a su primera entrevista de trabajo.
Recuerdo que cuando salí de la
joyería me deseó suerte y dijo que seguramente te encantaría. Entre la pena y
la esperanza alcancé a murmurar un gracias y dejé escapar una sonrisa nerviosa.
Ojalá y tenga voz de profeta.
Toco el timbre. El perro ladra y
me hago para atrás. Nunca te lo he dicho pero le temo a los caninos porque de
pequeño uno me mordió el tobillo derecho, aquella tarde de mayo lloré mucho
cuando el doctor tuvo que inyectarme contra la rabia. Desde ahí prefiero
huirles antes de tocarlos o incitarlos a que me ataquen primero. Pero cuando me
dijiste que tú amabas a pico, hice la firme promesa de superar mi trauma y
querer a tu mascota.
Ahora que lo pienso, los perros
son el mejor timbre que puede existir. La gente se da cuenta de que alguien
toca a casa cuando ellos ladran. Creo que hoy también ha funcionado.
Escucho cómo se abre una puerta y
cómo el piso amortigua el golpe de unos zapatos. Me tiembla la mano pero trato
de controlarlo, total, ¡ya estoy aquí!, echarse para atrás no es opción.
Me ha abierto tu mamá. Es
igualita a ti pero con unos cuantos años de más. Ambas son lindas. Tu padre es
un afortunado. Ojalá y yo pudiera decir lo mismo el día en que me hagas caso.
Me ha dicho que estás en casa pero te encuentras en tu cuarto. Me emociona
saber que la misión no ha fracasado. Y aunque no pensaba entrar a tu hogar,
ahora me encuentro sentado frente al televisor en espera de tu bajada.
El vaso de agua ha atenuado mi
sed. Me vuelvo a acomodar el cuello de la camisa cuando tu madre dice que bajas
en unos momentos. Me sonríe, le sonrío.
Ya vienes y noto sorpresa en tu
rostro, no me esperabas. Te sientas frente a mí y te conviertes en el centro de
mi universo, nada importa, sólo tú, tus ojos, tu voz y tu cuerpo. Platicamos de
banalidades y te confieso, con el color rojo en la cara, que te extrañaba y por
eso me había aventurado a ir a tu casa.
Mi revelación te ha dejado
sorprendida y me cuestionas cómo di con tu casa. Mi respuesta te satisface al
recordar que alguna vez me habías dado tu dirección. El resto fue trabajo del
buscador de internet.
Me pides que salgamos a caminar y
siento un cosquilleo en el estómago al saber que el momento indicado ha
llegado. Salimos de la casa y al momento de pasar por el patio miro que tu
perro es diminuto y de apariencia inocente, me consuela saberlo, la cosas serán
más fáciles para mí.
El destino nos ha llevado hasta
la banca que hace dos horas yo calentaba. Te miro tratando de transmitirte todo
el amor que siento por ti y tú rehúyes de mi mirada. No es buena señal y siento
un poco de desánimo en el corazón.
La tarde pasa y sé que ha llegado
el momento de confesarme ante ti. Aunque supongo tú ya sabes de mi sentir
porque soy demasiado obvio y alguna vez me dijeron que el corazón identifica
cuando es motivo de adoración por parte de otro.
Te tomo las manos como preámbulo
de mi declaración. Por fortuna no has rehuido al contacto de nuestras manos. Me
siento tranquilo y confiado, sé que nada malo pasará.
Comienzo. Me escuchas. Hago una
pausa para tomar aire y medir tu reacción. Continúo y sigues dejándome que tome
tus manos, en este momento no sé si lo haces por lástima, porque te he
conmovido o no sabes cómo decirme que no.
Termino y siento que nos hemos
acercado demasiado. Puedo sentir en mi nariz el olor de tu perfume y ver hasta
el más pequeño de los poros de tu cara. El vértigo me invade y se convierte en
un impulso desesperado por besarte. Creo que tú también lo sientes pues nos
miramos confundidos y un poco aterrados ante lo complejo de la situación.
Te beso. Comienzo a volar y
siento que todo ha valido la pena. Tus labios juguetean con los míos y tu
saliva se convierte en el sabor más dulce que he probado. Me siento pleno.
La magia termina cuando me pides
perdón por haberme besado. El mundo comienza a caerse mientras saco desesperado
la cajita de la bolsa del pantalón. Es mi última oportunidad y no estoy
dispuesto a dejarla pasar.
Me miras entre aterrada y
nerviosa. No sabes qué hacer y yo menos. Te extiendo la cajita y te digo que es
una forma de expresar el amor que siento por ti, que nunca había experimentado
esto por alguien y que sentía que eras tú la mujer de mis sueños. Me desboco en
palabras bonitas y alabanzas a ti. Derramo la miel originada por ti y miro con
incertidumbre la confusión de tu rostro.
Levantas la tapa de la caja.
Sacas la medalla y tomas el corazón en tus manos. Descubres que se puede abrir
y notas las palabras escritas en el interior de aquella pieza de plata. Dejo
que lo leas y descubras que es el poema que más te gusta de tu poeta favorito.
Vuelves a mirarme y no sabes qué
decir. Te suplico una respuesta e introduces la medalla en la cajita. Acomodas
la tapa y el moño y pareciera que no se ha abierto. Extiendes tu mano y
depositas mi regalo en mis manos. Te levantas, dices lo siento y te marchas sin
decir nada más.
Mientras me levanto con la noche
por capa, agacho la cabeza, la mira, las esperanzas y las ilusiones.
La caja de mis ilusiones rueda en el asfalto
mientras mi corazón lo hace en la melancolía.